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C á r d e n a S

.:: ¿Amor? ::.

.:: ¿Amor? ::.
 En un espacio ardiendo, donde las llamas se sucedían con voracidad, en un arpegio trémulo cuya crueldad carece de precedentes; me encuentro dentro, pero ni las llamaradas que se levantan de tal fuego me hieren, es tanto el calor oculto, inhumana la temperatura desatada que me asusta el hecho de que el sudor que aparece en mi frente sea consecuencia de la imagen que vislumbro. Una siniestra sombra escondida hasta entonces entre las llamas se abre paso hasta situarse frente a mí. Tampoco la ardiente atmósfera reduce su vehemente semblante.
La comodidad con la que pasea entre tal habitación candente hasta llegar a mi posición no hacía más que alimentar mi perplejidad, descubrir una angustiante curiosidad jamás revelada en mí, que impedía juntar de nuevo las comisuras de mis labios; y así permanecí, con la boca abierta, y una petrificación generalizada en mi cuerpo y mente.
 
Tan observador que me creo, de ser discernidor me jacto, pero no dejo de asombrarme cuando en todo este tiempo no reparé en la compañía de tal infausto señor, a pesar de su misterioso aspecto, apariencia taimada, su inquietante y feliz sonrisa, su rostro alegre y afable, hacía que mis rodillas se golpearan entre sí, que mi mente tartamudease al pensar y mis ojos se llenaran de una indescriptible locura, aunque el frío sudor que recorría mis costados y empapaba mi cara era causante su compañía.
 
Mujer espléndida como pocas, a medio vestir, notaba su reposada respiración. A pesar del ruido de las llamas golpeándose entre ellas, seguía durmiendo, su postura la delataba, aunque estuviera dándome la espalda. Una caricia de tal inquietante señor fue suficiente para desvelarla de su inocente estado onírico, de su dormir.
 
Al girarse mi sorpresa fue en aumento. La reconocí. Era ella, era mía, era a quien en lo más profundo de mi ser más amaba, su mirada hacía meses que se clavó en mi corazón y no pude sacarla; su rostro era capaz de deshelar al más helado corazón. El fuego que no había sido capaz de consumirme lo estaba consiguiendo los celos.
 
Aquel hombre en todo momento poseía un corazón palpitante, en el cual no había reparado hasta entonces, en su mano que mirándome con su singular sonrisa, entregó sin miramientos a la dueña de mi vida que entre llantos y sollozos arrojó al fuego. En ese preciso momento, mi pecho comenzó a arderme, me quemaba, me retorcía de dolor.
 
Tumbado, agonizante en el suelo, miré por última vez a mi ángel, seguía igual de bella, deseaba que me quisiera, sin entender por qué los dos me miraban llorando y compungidos.... yo .... desperté empapado en sudor, agarrándome fuertemente el pecho, el corazón, y notando como lágrimas inocentes llenas de dudas resbalaban por mis mejillas.

2 comentarios

Anónimo -

Y tú vas con un año de retraso ;)

Anónimo -

Yo creo que eso es gripe aviar!!!